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Ofrendas de Día de Muertos. Historia y Significados


Por: Mtra. Citlali Q. Ortiz Hernández

Cada año, a finales de octubre y principios de noviembre, los mexicanos realizamos una tradición-ritual para festejar a nuestros muertos, esta tradición tiene como finalidad deleitar con sus platillos y comidas favoritas a los santos difuntos que llegan a visitar a sus familiares vivos.

Dicha tradición tiene sus inicios en la época prehispánica, según Patrick Johansson, el culto a los difuntos se realizaba para encaminar el alma hacia el espacio-tiempo de la muerte que le correspondía, por lo que se mantenían rituales continuos, ya que se tenía la creencia de que los fallecidos tenían una participación espiritual activa en la comunidad.

En la época prehispánica, como primer festejo para el difunto era el funeral, el cual tenía una duración de cuatro días, su finalidad era la separación del fallecido de los vivos, por lo que contenía elementos que representaban la vida que había tenido y otros, que le ayudaban al difunto a transitar por el lugar de los muertos. Al ser un festejo triste, todos participaban de distintas maneras, las plañideras, que eran mujeres que lloraban por el fallecido durante todo el funeral, los que acudían a dicho festejo llevaban regalos o presentes los cuales dependían del rango del fallecido, todo ello para que le acompañara en su camino al lugar de los muertos, como por ejemplo ropa, joyas hasta esclavos. También se preparaba al difunto, bañándolo y envolviéndolo en una mortaja, la cual representaba su condición, facultad y circunstancia de muerte y se le colocaba una máscara pintada. En la ofrenda se colocaba todo junto con una estatua de “astillas de Tea”.

Por otro lado, se realizaban danzas por parte de los parientes que eran oficiados por los cantores que eran acompañados con tambores y copal. Se ofrecía en las ofrendas, comida y bebida de cacao a los difuntos, se ponía cera y flores de cempasúchil. Posterior a los cuatro días, el cuerpo del difunto en compañía de sacerdotes ataviados como el Dios que representaba al difunto y todos los presentes que recibió, era llevado al camino de la cremación o el entierro, según fuese el caso, el cual constituía un viaje de regreso al vientre materno de la muerte, el lugar de lo negro, lo rojo, el lugar de la cremación. Regularmente los reyes eran los que eran incinerados antes de su entierro, el cual representaba la transformación del alma, mientras que los macehuales eran solamente enterrados (Johansson, SF).

También se sacrificaban con el señor difunto, siempre que fuera noble o rey, a sus servidores, enanos y una cierta cantidad de esclavos que lo acompañaban en su camino por el lugar de los muertos, dichos sacrificios se llevaban a cabo durante los siguientes cuatro meses, además de y un perro psicopompo el cual ayudaba a cruzar el río del Mictlan (Johansson, SF).

Posterior a los cuatro días se seguían poniendo ofrendas en el lugar de la cremación o entierro, para que el alma encontrara su camino hacia el Mictlán. Y se repetía durante los cuatro primeros meses y cuatro años siguientes, así como, se realizaban diversas ceremonias en modalidades y fechas que dependían de la forma en que había muerto la persona, pues eso indicaba el lugar en el inframundo que ocupaba.

El lugar donde moran los muertos, para la cultura prehispánica, se imaginaba que estaba situado al norte, representado por el color negro, este se encuentra dividido en cuatro y cada uno es reinado por un Dios distinto: (Johansson, SF; Moreno, 2006)

Mictlán, por Mictlantecuhtli, el señor de la muerte. Es descrito como un lugar oscuro, denso y bajo, donde moran los que mueren de muerte natural o de enfermedades no sagradas, está conformado por 9 niveles que se tardan en cruzar cuatro años para que el alma pueda reencarnar. En él hay dos montañas, fuertes vientos y se debe cruzar un río por medio de un perro que, cuando reconocía a su amo lo ayudaba a pasar y de este modo, poder llegar frente a Mictlantecutli. Es lo que, en la actualidad, se denomina en la religión católica, el infierno.

Tlalocan, lugar de Tláloc, de color verde y azul, es el lugar donde iban todos aquellos que fallecían ahogados, por algún animal marino o por un rayo, está lleno de comida, por lo que los españoles le denominaban el paraíso terrenal.

Tonatiuh ichan, la casa del sol, el cielo, morada de Huitzilopochtli, representado en color rojo. Donde llegaban los que morían al filo de la obsidiana, en la guerra, también los que fueron sacrificados o echados al fuego y las mujeres que murieron en el parto. Es descrito como un llano en el cual crecían árboles de todo tipo. Estos difuntos, pasando los cuatro años se convertían en aves o flores.

Cincalco, la casa del maíz, regido por Huemac, de color amarillo. Aquí llegaban los niños en forma de aves que comían de los néctares de los árboles, flores y frutos que ahí existen, los niños que aún eran amamantados llegaban a Chichihualcuauhco “el lugar del árbol de los pechos”, donde se alimentaban. Se cree que ahí también llegaban los suicidas.

Después, durante la colonia, las celebraciones anuales del Día de muertos se empezaron a festejar los días 1 y 2 de noviembre, por los festejos cristianos de las fiestas a Todos los santos y del día de los Fieles difuntos, mientas que los festejos indígenas de muertos para los niños pequeños Miccailhuitontli y el de los muertos grandes Huey Miccaihuitl, la cual se llevaba a cabo en agosto, pero se modificó la fecha a Noviembre. Este festejo tiene la peculiaridad de ser una mezcla entre las dos culturas, por lo que se difunde rápidamente en las comunidades indígenas evangelizadas. Generándose así, la tradición que conocemos hoy en día.

Esta tradición se caracteriza por la colocación de Altares para los muertos muy coloridos, ya que se colocan flores de Cempasúchil las cuales van desde el amarillo brillante al naranja, papel picado elaborados en papel china de colores brillantes, fotografías a color o blanco y negro de los familiares difuntos, guisos y dulces tradicionales o que le gustaban los cuales le dan una variedad de colores a la ofrenda, calaveras de azúcar, amaranto y chocolate con adornos en diversos colores contrastantes, etc. Los cuales tienen un significado muy similar al que se tenía en la cultura prehispánica.

Los altares tiene diversos niveles, van desde dos, tres y siete niveles los cuales representan, el cielo, tierra, purgatorio y los pasos necesario para llegar al cielo y descansar en paz.

A continuación, se describirá de que está conformado actualmente un altar (Guerrero Aguilar, 1998):

En el mundo prehispánico se tenían cinco puntos cardinales siendo, el centro el punto de referencia, por lo que en cada punto cardinal debe colocarse una vela y en el centro esa vela debe ir acompañada de un recipiente con copal. Como representación de la fe, se pone un crucifijo y una imagen. Detrás de la vela del centro, se pone agua como ofrecimiento a las almas. Cazuelas con comida, frutas y verduras que representan los frutos que la naturaleza nos da. Maíz cuyo color va en función de los puntos cardinales (Guerrero Aguilar, 1998):

  • Oeste, maíz rojo: fuego (relacionado con las brazas del copalero).
  • Norte, maíz azul o negro: aire (relacionado con el incienso).
  • Sur, maíz blanco: tierra que da forma al barro de las cazuelas.
  • Este, maíz amarillo: agua.

Carbón, en el copalero, Sal en grano, dulces y piloncillo, caña de azúcar que va sobre o debajo de la mesa. Flores de cempasúchil  atendiendo a los cuatro puntos cardinales, además representan los rayos del sol y al ponerlo en forma de camino indica a las almas el camino al altar, las calaveras de azúcar, amaranto con piloncillo, como símbolo tradicional de la muerte. Pan de muerto que representa a un muerto con la cabeza al centro y cuatro huesos que representan los puntos cardinales. El papel picado es el adorno más colorido de la ofrenda.

Esta tradición cultural fue nombrada Patrimonio oral e inmaterial de la humanidad el 7 de noviembre del 2003 por la UNESCO.

Referencias

Guerrero Aguilar, A. (1998). Calaveras y altares de muertos, en la tradición popular mexicana. Monterrey, N.L: Universidad Autónoma de Nuevo León.

Johansson, P. (SF). Días de muertos en el mundo náhuatl prehispánico. Estudios de cultura Náhuatl, 34.

Moreno, M. A. (2006). Handbook to life in the aztec world. Oxford, New York: Oxford University.

 

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